El abeto
En lo profundo del bosque, crecía un pequeño abeto. Era un árbol joven y verde, pero no era feliz. Siempre miraba con envidia a los árboles más grandes a su alrededor, y soñaba con el día en que él también sería grande y majestuoso. "¡Oh, si pudiera crecer tan alto como esos árboles!", pensaba el abeto. "Entonces vería el mundo desde las alturas y todos me admirarían."
El abeto no prestaba atención a la cálida luz del sol, ni a la brisa fresca que lo acariciaba, ni siquiera a los niños que jugaban cerca de él y decían que era un hermoso árbol joven. Todo lo que deseaba era crecer lo más rápido posible. A medida que pasaban los años, el abeto siguió creciendo, pero nunca estaba satisfecho. Incluso cuando los pájaros se posaban en sus ramas y cantaban hermosas canciones, el abeto no apreciaba la belleza de su vida. Solo deseaba ser más grande y más importante.
Un día, unos hombres llegaron al bosque y cortaron varios de los árboles más grandes. El abeto, lleno de envidia, deseaba ser uno de ellos. "¿A dónde los llevarán?", se preguntaba. No tardó en descubrirlo, pues una de las aves que había visto el mundo le contó al abeto sobre las maravillosas cosas que sucedían en la ciudad. "Los árboles son llevados para ser decorados como árboles de Navidad, llenos de luces, adornos y regalos", dijo el pájaro. "Son el centro de las fiestas en las casas de las personas".
El abeto no podía contener su emoción. "¡Oh, si pudiera ser un árbol de Navidad!", pensaba. Soñaba con ser decorado con luces brillantes y rodeado de regalos, y ser admirado por todos. Un año más tarde, su deseo se hizo realidad. Los hombres llegaron al bosque y cortaron al abeto, lo llevaron cuidadosamente a la ciudad y lo instalaron en una casa grande. El abeto estaba emocionado cuando lo decoraron con velas, cintas y bolas de colores. A su alrededor, los niños corrían y gritaban de alegría.
"Ahora, finalmente, soy feliz", pensaba el abeto. Pero su felicidad fue breve. Después de la celebración de Navidad, lo despojaron de sus adornos y lo llevaron a un oscuro rincón del desván de la casa. Allí, el abeto se sentía solo y triste. "¿Qué va a pasar ahora?", se preguntaba. Anhelaba los días en el bosque, con el sol, los pájaros y la vida sencilla. "Si solo hubiera disfrutado de mi vida en el bosque", pensaba el abeto con tristeza. Ahora, su tiempo de gloria había terminado.
Unos días después, los sirvientes bajaron al abeto del desván, pero no fue para llevarlo al jardín ni para volver a adornarlo. En su lugar, lo arrastraron al patio y lo arrojaron al fuego. Mientras las llamas consumían sus ramas, el abeto recordó todos los momentos que había despreciado en el bosque, las cosas simples y hermosas que nunca había apreciado. Finalmente, se dio cuenta demasiado tarde de que nunca había valorado lo que tenía hasta que lo perdió.
Así, el abeto se desvaneció en el fuego, y su vida terminó sin haber comprendido que la verdadera felicidad estaba en disfrutar del momento presente, y no en soñar constantemente con lo que podría haber sido.