Caperucita Roja
Había una vez una niña que todos llamaban Caperucita Roja. ¿Por qué? Pues porque llevaba siempre una capucha roja. Sí, algo tan sencillo como eso. Un día, su madre la envió al bosque con una cesta llena de comida para su abuelita. "No hables con extraños y mantente en el camino", le advirtió su madre. Claro, porque dar instrucciones básicas a una niña que va sola por el bosque siempre funciona, ¿verdad?
Caperucita Roja, naturalmente, no hizo caso. Después de todo, era muy curiosa. Mientras caminaba por el bosque, se encontró con un lobo. Pero no era cualquier lobo; este tenía un plan astuto. "¿A dónde vas, pequeña?", preguntó el lobo, con una sonrisa que mostraba demasiados colmillos. "A casa de mi abuela", respondió Caperucita, que obviamente no había aprendido nada sobre no hablar con extraños.
El lobo, con su cerebro lleno de ideas malvadas, pensó rápido. "¿Por qué no recoges unas flores para tu abuelita?", sugirió dulcemente. Caperucita, siendo bastante crédula, pensó que era una idea excelente. Mientras ella se entretenía recogiendo flores (porque claramente esto es lo que haces cuando llevas una cesta llena de comida a una anciana enferma), el lobo corrió a la casa de la abuela.
Cuando llegó a la casa de la abuelita, el lobo no perdió tiempo. Se metió en la casa, y antes de que la pobre abuelita pudiera hacer nada, el lobo la devoró de un bocado. Sí, así de rápido. Pero, en lugar de marcharse con su barriga llena, el lobo decidió disfrazarse. ¡Qué sofisticado! Se puso el camisón y el gorro de dormir de la abuela y se metió en la cama, esperando a Caperucita.
Poco después, Caperucita Roja llegó a la casa de su abuela, completamente ignorante del destino de su querida abuela. Entró en la casa y se acercó a la cama. Al ver a la "abuela", que evidentemente era un lobo con ropa de anciana, Caperucita Roja comenzó a notar que algo no andaba bien.
"Abuelita", dijo Caperucita, "qué ojos tan grandes tienes". "Para verte mejor, querida", respondió el lobo, tratando de sonar afectuoso, pero sonando más como alguien con un resfriado.
"Abuelita, qué orejas tan grandes tienes", continuó Caperucita, demostrando que su sentido de la observación era impresionante, aunque tardío. "Para oírte mejor", dijo el lobo, mientras sus orejas peludas sobresalían del gorro.
"Abuelita, qué dientes tan grandes tienes", dijo finalmente Caperucita, empezando a darse cuenta de lo que realmente estaba sucediendo. "¡Para comerte mejor!", gritó el lobo, y se lanzó sobre ella con la intención de devorarla.
Pero aquí es donde la historia da un giro inesperado. En lugar de gritar y correr aterrada, Caperucita Roja sacó de su capa un pequeño revólver plateado (sí, porque en este cuento ella está preparada). "No hoy, lobo", dijo con una sonrisa tranquila, y con un solo disparo, el lobo cayó al suelo, derrotado.
Con el lobo fuera de escena, Caperucita Roja no perdió tiempo. Fue a la cocina, preparó un buen té y se sentó a esperar a su abuelita. Pero claro, la abuelita ya no estaba, gracias al lobo. Así que Caperucita, con toda la serenidad del mundo, decidió que era hora de mudarse a un lugar donde los lobos no fueran un problema.
Y así, Caperucita Roja, con su peculiar sentido de la justicia, vivió felizmente, siempre lista para cualquier amenaza que se le cruzara en el camino.