La Bella y la Bestia

Había una vez un comerciante muy rico que vivía con sus tres hijas. Las dos mayores eran orgullosas y egoístas, siempre pensando en sí mismas y en su apariencia. Sin embargo, la hija menor, llamada Bella, era hermosa no solo por fuera, sino también por dentro. Era amable, generosa y siempre pensaba en los demás. A pesar de que su padre la adoraba por su bondad, sus hermanas la despreciaban porque, aunque era mucho más bella que ellas, no era arrogante ni vanidosa.

Un día, el comerciante perdió toda su fortuna en un naufragio, y la familia se vio obligada a dejar la ciudad y mudarse al campo, a una pequeña casa. Mientras que las dos hermanas mayores lamentaban su destino y se quejaban sin cesar, Bella aceptó su nueva vida con valentía y dedicación. Se encargó de las tareas del hogar, cocinando, limpiando y cuidando de su padre sin una sola queja.

Unos meses después, el comerciante recibió la noticia de que uno de sus barcos, que se había creído perdido, había llegado al puerto cargado de mercancías. Feliz por la posibilidad de recuperar su fortuna, el comerciante decidió viajar a la ciudad para recuperar su carga. Antes de partir, preguntó a sus hijas qué les gustaría que les trajera como regalo.

Las dos hermanas mayores, codiciosas y vanidosas, pidieron vestidos lujosos, joyas y adornos caros. Pero Bella, con su habitual sencillez, solo pidió una cosa: una rosa fresca. "Padre, solo tráeme una rosa, nada más", dijo con una sonrisa. El comerciante, emocionado por la humildad de su hija menor, prometió cumplir su deseo.

El comerciante partió hacia la ciudad, pero al llegar, descubrió que su cargamento había sido embargado para pagar deudas antiguas. Desesperado y sin dinero, emprendió el regreso a casa. Durante el viaje, fue atrapado por una tormenta y, en medio de la nieve y el frío, se desorientó y perdió su camino. Exhausto y casi congelado, de repente vio a lo lejos un gran castillo iluminado.

Al llegar al castillo, el comerciante fue recibido con gran hospitalidad, aunque no vio a nadie. La puerta del castillo se abrió sola, y dentro, una mesa llena de comida lo esperaba. El comerciante, hambriento y cansado, comió y bebió, agradecido por la bondad de su misterioso anfitrión. Luego, encontró una cama lista para él y pasó la noche durmiendo cómodamente.

A la mañana siguiente, antes de partir, decidió pasear por los jardines del castillo. Fue entonces cuando vio un hermoso rosal con las rosas más brillantes y fragantes que jamás había visto. Recordando la petición de Bella, arrancó una de las rosas para llevársela. Pero en ese momento, un terrible rugido resonó detrás de él, y una figura gigantesca emergió de las sombras.

Era la Bestia, una criatura temible con aspecto de monstruo. Su cuerpo estaba cubierto de pelo grueso y su rostro era una mezcla de rasgos humanos y animales. "¡Cómo te atreves a robar una de mis rosas!", rugió la Bestia. "Te ofrecí refugio y comida, y así es como me lo pagas." El comerciante, temblando de miedo, trató de disculparse. Explicó que solo había tomado la rosa porque su hija Bella se lo había pedido como regalo.

La Bestia lo miró con furia, pero después de escuchar su historia, cambió su tono. "Te perdonaré, pero solo con una condición", dijo la Bestia. "Deberás enviarme a tu hija, Bella, para que viva aquí conmigo. Si no aceptas, te castigaré por tu robo". El comerciante, horrorizado ante la idea de sacrificar a su querida hija, rogó por su vida y pidió otra solución. Sin embargo, la Bestia fue inflexible. "Tienes tres días para decidir", dijo la Bestia antes de desaparecer en las sombras del castillo.

El comerciante regresó a casa con el corazón roto. No podía soportar la idea de perder a su hija menor, pero tampoco podía desobedecer a la Bestia. Cuando llegó a su hogar, contó a sus hijas lo que había sucedido. Las dos hermanas mayores, egoístas y crueles, no mostraron compasión. "Es culpa de Bella", dijeron. "Ella fue la que pidió la rosa. Debería ser ella quien pague por lo que has hecho."

Bella, al escuchar la historia de su padre, se sintió responsable y no quiso que él sufriera. Con valentía, decidió que iría al castillo de la Bestia. "No te preocupes, padre", dijo Bella con dulzura. "Iré con la Bestia. Quizás no sea tan terrible como parece." Aunque su padre intentó disuadirla, Bella se mantuvo firme en su decisión. Al día siguiente, partieron juntos hacia el castillo.

Al llegar, la puerta del castillo se abrió sola una vez más, y la Bestia apareció ante ellos. A pesar de su aspecto aterrador, la Bestia fue amable con Bella y le dio la bienvenida. "No temas", le dijo la Bestia. "Aquí no te faltará nada." El comerciante, entre lágrimas, se despidió de su hija y dejó el castillo con el corazón lleno de tristeza. Bella se quedó sola, enfrentándose a su nuevo destino en el hogar de la Bestia.

Bella pronto descubrió que, aunque la Bestia tenía una apariencia monstruosa, su comportamiento no era tan aterrador como ella había imaginado. La Bestia era cortés y atenta, y siempre se aseguraba de que Bella tuviera todo lo que necesitaba. Aunque al principio Bella temía a la Bestia, con el tiempo comenzó a acostumbrarse a su presencia. Cada noche, la Bestia la acompañaba a la cena, y aunque la conversación entre ellos era escasa, poco a poco comenzaron a conocerse.

Sin embargo, la Bestia le hacía una pregunta todas las noches, siempre al final de la cena. "¿Te casarías conmigo, Bella?", preguntaba la Bestia con una voz suave y llena de esperanza. Y cada noche, Bella respondía de la misma manera: "No, Bestia." A pesar de su rechazo, la Bestia no se enojaba. Simplemente suspiraba y la dejaba sola, siempre tratando de ser un buen anfitrión.

Pero algo más profundo comenzaba a cambiar en el corazón de Bella. Aunque no amaba a la Bestia, empezaba a ver más allá de su apariencia y a notar la bondad que se escondía en su corazón. Y así, mientras los días pasaban, Bella comenzó a preguntarse si la Bestia era realmente tan terrible como su aspecto indicaba.

Con el paso del tiempo, Bella empezó a sentir una profunda curiosidad por la historia de la Bestia. Aunque había sido amable con ella, nunca le había contado cómo llegó a ser una criatura tan aterradora. Un día, después de la cena, Bella decidió preguntarle directamente. "Bestia", dijo suavemente, "¿por qué vives solo en este castillo y por qué tienes esta apariencia? Debes haber tenido una vida antes de esto."

La Bestia, al escuchar la pregunta, se quedó en silencio por un momento, como si estuviera recordando algo doloroso. "Hace mucho tiempo", comenzó, "era un príncipe joven y arrogante. Tenía todo lo que podría desear, pero mi corazón estaba lleno de egoísmo y crueldad. Un día, una hechicera vino a mi castillo disfrazada de anciana y me pidió refugio. La rechacé con desprecio, y en ese momento, reveló su verdadera identidad. Como castigo por mi falta de bondad, me convirtió en esta Bestia, reflejando la monstruosidad que había en mi interior."

La Bestia miró a Bella con tristeza. "El hechizo solo se romperá si alguien llega a amarme a pesar de mi apariencia, y debo confesar que he perdido la esperanza. ¿Quién podría amar a alguien como yo?" Bella sintió una profunda compasión por la Bestia, y aunque no lo amaba como un esposo, comenzó a ver la bondad y la tristeza en su corazón.

A medida que los días pasaban, Bella se sentía cada vez más cómoda en el castillo. La Bestia le daba todo lo que necesitaba, y aunque seguía rechazando sus propuestas de matrimonio, su relación se hacía más cercana. Sin embargo, Bella también echaba de menos a su padre, a quien no había visto desde que llegó al castillo. Una noche, mientras la Bestia y Bella cenaban juntos, Bella le confesó que su mayor deseo era ver a su padre nuevamente.

La Bestia, al ver la tristeza en los ojos de Bella, decidió darle una oportunidad. "Si deseas ver a tu padre, puedes ir a visitarlo", dijo con voz grave. "Te dejaré ir, pero solo si prometes regresar en una semana. Si no vuelves, mi corazón se romperá". Bella, agradecida por la amabilidad de la Bestia, prometió regresar y, al día siguiente, partió de vuelta a su hogar.

El reencuentro con su padre fue emotivo. Bella lo encontró débil y enfermo, y decidió cuidarlo hasta que se recuperara. Sin embargo, mientras pasaba el tiempo, las hermanas de Bella, que siempre habían sido celosas de ella, comenzaron a susurrar que no debería regresar al castillo de la Bestia. "Quédate aquí", le decían, "tu vida será mejor con nosotros. Esa Bestia no merece tu compañía". Bella, influenciada por los ruegos de sus hermanas y el deseo de cuidar a su padre, extendió su visita más allá de los siete días.

Sin embargo, una noche, Bella tuvo un sueño terrible. Soñó que la Bestia estaba en su jardín, muriendo de dolor y tristeza por su ausencia. Despertó con el corazón acelerado y se dio cuenta de que había roto su promesa. "Debo regresar", pensó con urgencia. "La Bestia me necesita". Sin perder tiempo, Bella se despidió de su padre y partió hacia el castillo.

Cuando llegó al castillo, todo estaba en silencio. Bella corrió por los pasillos, buscando a la Bestia, pero no lo encontraba. Desesperada, salió al jardín y lo vio tendido en el suelo, apenas respirando. "¡Bestia!", gritó Bella, arrodillándose a su lado. "Perdóname, por favor, he vuelto. No te dejaré morir". La Bestia abrió los ojos lentamente y la miró con tristeza.

"Pensé que no regresarías", dijo débilmente. "Sin ti, no tengo razón para vivir". Bella, con lágrimas en los ojos, le tomó la mano. "No, Bestia. He vuelto, y me he dado cuenta de lo mucho que significas para mí. No importa cómo te veas, te amo por la bondad que hay en tu corazón". En ese momento, Bella se dio cuenta de que había hablado con sinceridad. Lo amaba verdaderamente, no por su apariencia, sino por la persona que había llegado a conocer.

De repente, una luz brillante envolvió a la Bestia. Bella se apartó sorprendida mientras la figura de la Bestia comenzaba a cambiar. Su pelaje desapareció, su cuerpo se enderezó y, ante los ojos de Bella, la Bestia se transformó en un apuesto príncipe. "¿Qué ha sucedido?", preguntó Bella, atónita.

El príncipe, ahora libre de su maldición, sonrió. "Tu amor ha roto el hechizo", dijo suavemente. "Soy el príncipe que fui hace muchos años, y gracias a ti, he recuperado mi humanidad". Bella no podía creer lo que veía, pero en su corazón sabía que este era el verdadero final que ambos merecían.

El príncipe, ahora restaurado, tomó la mano de Bella y la guió de vuelta al castillo, que también había recuperado su antigua gloria. Los sirvientes, que habían estado encantados como objetos inanimados, regresaron a su forma humana, y el castillo volvió a llenarse de vida y alegría. El príncipe agradeció a Bella por salvarlo, y le pidió nuevamente que se casara con él, pero esta vez, Bella respondió con una sonrisa y un "sí".

Poco después, se celebró una gran boda en el castillo, y Bella y el príncipe vivieron felices para siempre. Aunque Bella había llegado al castillo temiendo a la Bestia, había descubierto que el verdadero amor no se basaba en la apariencia exterior, sino en la bondad y el valor del corazón.