El Dragón Verde

Había una vez, en un reino lejano, un pequeño pueblo que vivía al pie de una gran montaña. El pueblo era pacífico y sus habitantes eran felices, pero en la cima de la montaña vivía un terrible dragón verde. Este dragón tenía escamas brillantes como esmeraldas y ojos que relucían como dos llamas verdes. Aunque el dragón rara vez bajaba a la aldea, todos en el pueblo vivían con el miedo de que un día decidiera descender y causar caos.

Un día, sin previo aviso, el dragón verde bajó de la montaña. Voló sobre el pueblo con un rugido aterrador, y aunque no atacó directamente a los aldeanos, su sola presencia causó pánico. Nadie sabía por qué el dragón había bajado de su guarida, pero las cosechas comenzaron a marchitarse y los animales de la granja desaparecieron misteriosamente. La gente del pueblo estaba asustada y desesperada.

El rey, al escuchar las noticias de la aparición del dragón, convocó a todos los caballeros de su reino y les dijo: "Quien logre deshacerse del dragón verde será recompensado con grandes riquezas y honor." Muchos caballeros valientes se ofrecieron para la misión, pero uno tras otro, todos fracasaron. El dragón era demasiado astuto y poderoso, y los caballeros no podían enfrentarlo.

En el pueblo vivía un joven llamado Tomás, que no era caballero ni guerrero, sino un simple granjero. Tomás había crecido escuchando historias sobre dragones, y aunque no tenía la fuerza de un caballero, tenía algo que los demás no poseían: ingenio. Convencido de que el dragón verde no era malvado, sino incomprendido, Tomás decidió que intentaría enfrentarse al dragón de una manera diferente.

Tomás subió solo la montaña, llevando consigo solo una pequeña bolsa de manzanas verdes, las mejores de su huerto. Cuando llegó a la cima, vio al dragón descansando junto a una cueva, sus grandes alas verdes plegadas a su espalda y sus ojos centelleando bajo la luz del sol. Tomás sintió miedo, pero reunió su coraje y se acercó lentamente.

El dragón abrió un ojo y miró al joven. "¿Qué quieres, pequeño humano?", rugió el dragón. "Si has venido a enfrentarte a mí, estás cometiendo un gran error."

Pero Tomás, sin perder la calma, respondió: "No he venido a luchar contra ti, gran dragón. He traído una ofrenda de paz. Sé que has estado causando problemas en el pueblo, pero creo que hay algo más detrás de tus acciones. ¿Por qué bajaste de la montaña y comenzaste a aterrorizar a mi pueblo?"

El dragón verde lo miró con curiosidad, sorprendido de que el joven no estuviera temblando de miedo ni blandiendo una espada. Después de un momento de silencio, el dragón respondió: "He vivido en esta montaña durante siglos, mucho antes de que tu pueblo existiera. Pero recientemente, los humanos han comenzado a talar los árboles de la montaña, destruyendo mi hogar. No quiero hacerles daño, pero no me han dejado otra opción."

Tomás, al escuchar esto, comprendió que el dragón no era malvado, sino que solo estaba protegiendo su hogar. "Entiendo tu dolor", dijo el joven. "Si prometes dejar de asustar a mi pueblo, hablaré con el rey para que nadie más destruya tu hogar. Los humanos pueden ser descuidados, pero no somos malvados. Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo."

El dragón, al ver la sinceridad en los ojos de Tomás, accedió a darle una oportunidad. "Si cumples tu promesa, dejaré de bajar a tu pueblo. Pero si vuelven a destruir mi hogar, no tendré más remedio que proteger lo que es mío."

Con el trato hecho, Tomás regresó al pueblo y fue directamente al castillo del rey. Le contó lo que había aprendido del dragón y le rogó que detuviera la tala de árboles en la montaña. El rey, impresionado por el valor y la sabiduría de Tomás, aceptó. "Si el dragón deja de causar problemas, prohibiré la tala de árboles en la montaña. Pero si vuelve a atacarnos, tendremos que actuar."

Y así fue. El dragón verde dejó de descender al pueblo, y en su lugar, los aldeanos y el rey se comprometieron a proteger su montaña. Con el tiempo, el dragón y los humanos llegaron a coexistir en paz. Tomás, el joven granjero que había resuelto el problema con ingenio en lugar de violencia, fue celebrado como un héroe.

Desde ese día, Tomás siguió viviendo en el pueblo, trabajando su huerto y cuidando sus manzanas verdes, siempre recordando que la paz a veces se logra con palabras, no con espadas. El dragón verde, por su parte, continuó viviendo en la cima de la montaña, cuidando de su hogar en tranquilidad y respetado por todos.