El Oso y la Abeja

Un día de verano, un gran oso caminaba por el bosque, buscando algo para comer. El sol brillaba alto en el cielo, y el oso disfrutaba del calor mientras olfateaba en busca de frutas o bayas. De repente, su agudo olfato detectó un delicioso aroma que reconocía muy bien: el dulce y pegajoso olor de la miel. El oso, con su habitual gula, comenzó a seguir el aroma hasta encontrar una colmena colgando de un árbol cercano.

Con un gruñido de satisfacción, el oso decidió que no podía resistirse a una oportunidad como esa. "Mmm, miel fresca", pensó mientras se relamía. Se levantó sobre sus patas traseras y estiró una de sus enormes garras hacia la colmena. Justo cuando estaba a punto de alcanzarla, una pequeña abeja salió volando de la colmena y zumbó cerca de su cara.

El oso, sorprendido por el zumbido, agitó su pata para ahuyentar a la abeja. Pero en lugar de retirarse, la abeja, enfurecida por el intento del oso de robar su miel, se lanzó contra él y le picó en el hocico. El oso, ahora furioso, rugió con dolor y comenzó a golpear el aire, tratando de atrapar a la abeja.

"¡Maldita abeja!", gruñó el oso. "¡Cómo te atreves a picarme! ¡Voy a destruir toda tu colmena por esto!"

Sin pensar en las consecuencias, el oso comenzó a golpear la colmena con todas sus fuerzas. Con cada golpe, decenas de abejas comenzaron a salir, zumbando y atacando al oso para defender su hogar. El oso, enfurecido, continuó golpeando la colmena, decidido a destruirla por completo.

Sin embargo, cuanto más golpeaba, más abejas lo rodeaban y lo picaban. El oso se encontraba en medio de una nube de abejas furiosas que no dejaban de picarlo por todas partes. A pesar de su gruesa piel, el oso comenzó a sentir dolor y desesperación. Las abejas lo atacaban sin descanso, picando sus orejas, su hocico y sus patas.

Finalmente, agotado y cubierto de picaduras, el oso se dio cuenta de que no podía ganar esa batalla. Con un último rugido de frustración, se dio la vuelta y huyó, corriendo tan rápido como sus patas le permitían. Las abejas, satisfechas con su victoria, regresaron a la colmena para reparar el daño causado por el oso.

El oso, aún adolorido y con picaduras por todo el cuerpo, se dejó caer junto a un arroyo cercano, jadeando de cansancio. "Todo esto por una sola picadura", se dijo a sí mismo. "Me he dejado llevar por mi ira y ahora estoy peor de lo que estaba antes. Si hubiera dejado en paz a esa abeja, solo tendría una picadura, pero por dejarme llevar por mi furia, he terminado cubierto de ellas."

Y así, el oso aprendió una valiosa lección sobre la ira y el autocontrol. Desde ese día, decidió que la próxima vez que una pequeña abeja lo molestara, lo mejor sería simplemente dejarla en paz y no dejarse llevar por su furia. A veces, pensó el oso, es mejor dejar pasar las pequeñas molestias en lugar de empeorar las cosas por el enojo.