Pedro y el Lobo

Había una vez un niño llamado Pedro que vivía con su abuelo en una pequeña casa al borde de un frondoso bosque. Pedro era un muchacho valiente y curioso, siempre deseoso de explorar el mundo a su alrededor. Su abuelo, sin embargo, era mucho más cauteloso. Todos los días le advertía a Pedro que no se aventurara demasiado lejos, ya que en el bosque vivía un lobo feroz.

"Pedro", le decía el abuelo, "no debes ir al bosque sin mí. El lobo puede aparecer en cualquier momento y es muy peligroso. Si sales solo, podrías meterte en problemas". Pedro escuchaba las advertencias de su abuelo, pero a menudo se sentía frustrado por las restricciones. Deseaba ser libre para explorar sin miedo.

Una mañana, mientras el abuelo aún dormía, Pedro decidió salir al prado que se extendía frente a su casa. El sol brillaba y las flores estaban en plena floración. A Pedro le encantaba ese lugar, tan lleno de vida y color. Su amigo, un pequeño pájaro, volaba alegremente a su alrededor, trinando una melodía feliz. "Todo está en paz", pensó Pedro. "No hay de qué preocuparse".

Mientras Pedro jugaba con el pájaro, un pato que vivía cerca del estanque salió a pasear. El pato y el pájaro comenzaron a discutir. El pájaro, que volaba libremente por los aires, se burlaba del pato por no poder volar tan alto. El pato, enojado, respondía que al menos podía nadar mejor que el pájaro. Pedro se reía ante sus peleas amistosas.

De repente, apareció un gato sigiloso que caminaba suavemente entre los arbustos. El gato, con sus ojos brillantes y afilados, había fijado su mirada en el pájaro, esperando el momento perfecto para atraparlo. Pedro, viendo el peligro, gritó para advertirle: "¡Cuidado, pájaro! ¡El gato está al acecho!" El pájaro voló rápidamente hacia la rama más alta de un árbol, mientras el pato nadaba rápidamente hacia el estanque para ponerse a salvo.

Justo cuando Pedro pensaba que todo estaba bajo control, escuchó un fuerte aullido que venía desde el bosque. Al principio, apenas pudo creerlo, pero pronto se dio cuenta de que el lobo del que su abuelo tanto hablaba había aparecido en el borde del prado. El lobo, hambriento y con los ojos fijos en sus presas, se movía lentamente hacia el pato.

Antes de que el pato pudiera reaccionar, el lobo se lanzó sobre él. Pedro miró horrorizado mientras el lobo atrapaba al pato en sus fauces y se lo llevaba al bosque. El abuelo, que había escuchado el alboroto, salió de la casa furioso. "¡Te lo advertí, Pedro!", gritó el abuelo. "¡El bosque es peligroso! Ahora el lobo está aquí, y has puesto a todos en peligro". El abuelo llevó a Pedro de vuelta a casa y cerró la puerta con fuerza, advirtiéndole que no volviera a salir.

Pero Pedro no podía quedarse quieto. Sabía que tenía que hacer algo para detener al lobo. Aunque el abuelo le había prohibido salir, Pedro ideó un plan. Tomó una cuerda larga y, mientras el lobo aún estaba cerca del prado, decidió atraparlo. Sigilosamente, Pedro subió a un árbol cerca de donde estaba el lobo y, con gran habilidad, lanzó la cuerda y atrapó al lobo por la cola. El lobo, sorprendido, trató de liberarse, pero Pedro había atado la cuerda a una rama fuerte, inmovilizándolo.

En ese momento, unos cazadores que pasaban por el lugar escucharon los ruidos del lobo luchando por escapar. Al ver a Pedro, el niño valiente que había atrapado al lobo, los cazadores corrieron hacia él. "¡Lo atrapaste, muchacho!", exclamaron. "Has capturado al lobo que tanto hemos intentado cazar."

El abuelo, al ver lo que había hecho Pedro, se sorprendió y se sintió orgulloso de su valentía, aunque seguía preocupado por el peligro que había enfrentado. Juntos, Pedro, los cazadores y el abuelo llevaron al lobo al pueblo, donde fue encerrado para que no pudiera causar más problemas.

El pájaro, que había estado observando todo desde lo alto del árbol, volaba alegremente sobre la cabeza de Pedro, cantando una canción de triunfo. Aunque el pato había sido capturado por el lobo, la historia terminó con una nota de esperanza y coraje, pues Pedro había demostrado que, con astucia y valentía, incluso el enemigo más feroz podía ser derrotado.