La Princesa y el Guisante

Había una vez un príncipe que deseaba casarse con una princesa, pero no cualquier princesa: quería una verdadera princesa. Viajó por todo el mundo buscando a la indicada, pero siempre había algo que no estaba bien. Conoció a muchas princesas, pero ninguna parecía ser lo suficientemente auténtica para él. Algunas eran demasiado orgullosas, otras demasiado frías, y ninguna convencía al príncipe de que realmente era una princesa verdadera.

Una noche, durante una terrible tormenta, alguien llamó a la puerta del castillo. El rey, padre del príncipe, fue a abrir la puerta y encontró a una joven empapada de pies a cabeza. La lluvia caía a cántaros, y la joven parecía estar exhausta. "Soy una princesa", dijo la joven, "y me he perdido en la tormenta. ¿Podría quedarme aquí esta noche?"

La reina, que escuchaba desde el pasillo, pensó en poner a prueba a la joven para ver si realmente era una princesa. "Veremos si dice la verdad", pensó para sí misma. La reina fue a preparar una cama para la princesa, pero en lugar de poner solo colchones, hizo algo muy peculiar. Colocó un pequeño guisante en el fondo de la cama y luego apiló encima veinte colchones y veinte edredones. "Si es una verdadera princesa, lo sentirá", se dijo la reina.

La joven fue llevada a su habitación, y a pesar de estar exhausta, se acostó sobre la cama alta y se durmió. Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando la reina le preguntó cómo había dormido, la princesa respondió: "Oh, terrible. Apenas pude dormir. No sé qué había en la cama, pero algo duro estaba debajo de los colchones, y estoy llena de moretones. ¡Qué incómodo fue!"

Al escuchar esto, la reina y el príncipe supieron que ella era una verdadera princesa, pues solo alguien de sangre real podría haber sentido un pequeño guisante bajo veinte colchones y veinte edredones. Fue entonces cuando el príncipe se alegró de haber encontrado a la princesa con la que tanto había soñado. Se casaron, y el guisante fue guardado en un museo real, donde permanece hasta el día de hoy, como prueba de que una verdadera princesa puede sentir hasta la más mínima incomodidad.