San Jorge y el Dragón

En tiempos muy lejanos, en un pequeño reino rodeado de montañas, vivía un temible dragón que habitaba cerca de un lago oscuro y profundo. Este dragón era conocido por su ferocidad y por la destrucción que causaba en las aldeas cercanas. Cada día, su hambre insaciable lo empujaba a exigir ofrendas del reino. Primero, el pueblo ofrecía vacas, ovejas y todo tipo de animales, pero cuando ya no quedaban más, la situación empeoró. El dragón empezó a exigir sacrificios humanos.

Desesperados por detener la furia del dragón, los habitantes decidieron entregar a los jóvenes del reino en sacrificio. Cada día, un nombre era seleccionado por sorteo, y ese desafortunado debía ser llevado a las fauces del dragón. El reino vivía en constante temor, sabiendo que en cualquier momento les tocaría a ellos entregar a uno de sus seres queridos.

Un día, el sorteo decidió un nombre que aterrorizó a todos: la princesa del reino. Era la única hija del rey y la reina, una joven querida por todos por su amabilidad y belleza. El rey, desesperado, intentó sobornar al pueblo con su riqueza para salvar a su hija, pero el pueblo, habiendo perdido a tantos, insistió en que la princesa debía ser entregada como todos los demás. Con el corazón roto, el rey aceptó el destino de su hija.

La princesa fue llevada a la orilla del lago donde vivía el dragón. Sus ojos estaban llenos de lágrimas mientras esperaba su cruel destino, pero justo cuando el dragón emergía del agua, lanzando rugidos ensordecedores, un caballero apareció montado en un brillante corcel blanco. Era San Jorge, un noble caballero que había oído hablar de la terrible criatura y había decidido acudir en ayuda del reino.

San Jorge, con su armadura resplandeciente y su escudo firme, se acercó a la princesa. "No temas", le dijo, "yo enfrentaré al dragón y lo derrotaré". La princesa, asombrada por la valentía del caballero, apenas podía creer lo que veía. Mientras tanto, el dragón, con sus ojos llenos de furia y su boca chorreando fuego, avanzaba hacia ellos.

La batalla fue feroz. El dragón, que lanzaba llamaradas y batía sus enormes alas, intentaba devorar al caballero con cada ataque. Pero San Jorge, con una destreza admirable, esquivaba cada embestida, protegiéndose con su escudo de los feroces zarpazos del dragón. Con un golpe certero, San Jorge atravesó al dragón en su punto más débil, justo debajo de las alas, con su poderosa lanza. El dragón lanzó un último rugido y cayó, vencido.

El pueblo, que había estado observando desde lejos, no podía creer lo que sus ojos veían. El terrible dragón que había aterrorizado el reino durante tanto tiempo y había causado tanta destrucción, yacía muerto a los pies del valiente caballero. San Jorge, con humildad, ayudó a la princesa a ponerse de pie y la llevó de regreso al castillo, donde fue recibido como un héroe.

El rey, lleno de gratitud, ofreció a San Jorge todo tipo de riquezas y la mano de su hija en matrimonio, pero San Jorge, siendo un caballero humilde, rechazó el oro y la gloria. "Mi deber es proteger a los inocentes", dijo, "y ahora debo continuar mi camino". El caballero se despidió del rey, la reina y la princesa, y partió hacia nuevas tierras donde su ayuda fuera necesaria.

Desde ese día, el pueblo nunca olvidó el valor de San Jorge. Se erigieron estatuas en su honor, y su historia fue contada de generación en generación, como un ejemplo de valentía, humildad y la lucha por el bien contra el mal. Y así, el reino vivió en paz, libre del temor del dragón para siempre.