La pequeña vendedora de fósforos

Era la última noche del año, y hacía un frío terrible. La nieve caía suavemente sobre las calles de la ciudad, pero la pequeña vendedora de fósforos caminaba descalza y sin abrigo. Su ropa era vieja y rota, y sus pies, que alguna vez habían estado cubiertos por unos zapatos grandes que pertenecieron a su madre, estaban ahora completamente desnudos. Los zapatos se le habían roto y perdido hacía tiempo.

A pesar del frío, la niña seguía caminando, tratando de vender sus fósforos. "¡Fósforos! ¡Fósforos!", gritaba a la gente que pasaba, pero nadie se detenía a comprarle. La pequeña vendedora no había vendido ni un solo fósforo en todo el día, y tenía miedo de regresar a casa, ya que su padre seguramente la regañaría. Sabía que la única manera de evitar el castigo era vender fósforos, pero el frío era tan intenso que apenas podía sentir sus dedos.

La niña encontró refugio en una esquina, entre dos casas, donde intentó protegerse del viento gélido. Temblando de frío y hambre, decidió encender un fósforo para calentarse un poco. Cuando lo encendió, la pequeña llama pareció crecer ante sus ojos, y en su luz, la niña imaginó que estaba sentada frente a una gran estufa de hierro. El calor de la estufa la envolvía, y por un momento, se sintió cómoda y segura. Pero cuando la llama se apagó, la estufa desapareció, y la niña volvió a sentir el frío cortante.

Desesperada por un poco más de calor, encendió otro fósforo. Esta vez, la llama le mostró una mesa llena de comida deliciosa. La niña vio un gran ganso asado, acompañado de frutas y dulces, que parecía moverse hacia ella. Sus ojos se iluminaron de alegría, pero justo cuando extendió la mano para agarrar el festín, el fósforo se apagó, y la mesa desapareció.

Encendió otro fósforo, y en su luz, la niña vio un hermoso árbol de Navidad decorado con luces brillantes y adornos dorados. Era el árbol más hermoso que jamás había visto. Los adornos brillaban como estrellas, y la niña extendió la mano para tocar uno de ellos. Sin embargo, justo cuando sus dedos se acercaron, el fósforo se apagó, y las luces del árbol se elevaron al cielo, transformándose en estrellas.

La pequeña vendedora miró hacia arriba y recordó las palabras de su abuela, la única persona que alguna vez la había tratado con cariño: "Cuando ves una estrella caer, significa que alguien ha muerto y sube al cielo con Dios". Entonces, encendió otro fósforo, y en su luz, apareció la figura de su abuela, sonriendo y extendiendo los brazos hacia ella.

"¡Abuela!", exclamó la niña, "¡Llévame contigo! ¡No me dejes aquí sola!". La pequeña encendió todos los fósforos que le quedaban, desesperada por mantener la imagen de su abuela un poco más de tiempo. Las llamas iluminaron el rostro cariñoso de su abuela, que la tomó de la mano y la levantó hacia el cielo. La niña sintió que volaba lejos del frío, del hambre y de la tristeza. Se sintió envuelta en amor y calidez, mientras ascendía al cielo con su abuela.

Al amanecer del nuevo año, los transeúntes encontraron a la pequeña vendedora de fósforos en la esquina, acurrucada contra la pared, con una sonrisa en el rostro. Estaba congelada, pero sus fósforos quemados seguían a su alrededor. Nadie sabía de las maravillosas visiones que había tenido ni de la felicidad con la que había abandonado este mundo.